2 de marzo de 2011

¿Símbolos o amuletos?


El símbolo del pez es una de las imágenes más cargadas de significado de toda la tradición cristiana. Cuando un cristiano se encontraba con otro en el camino, en los tiempos antiguos, dibujaba con su pie en la tierra la figura del pez. Y el otro sabía inmediatamente que esa persona con la estaba era un seguidor de Jesucristo. ¿Por qué era eso? Porque pez en griego era Ichthys, palabra que funcionaba como una acróstico con el significado de I (Iesous), Ch (Christs), Th (Theou), Y (Hyos, la "h" el signo diacrítico en griego), S (Soter), o “Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador”. O sea, un credo condensado en una imagen sencilla. Toda una declaración de fe en la persona de Jesucristo, el Salvador, en tiempo cuando el mismo emperador se hacía llamar hijo de Dios y Salvador del mundo. El pez resultaba ser un símbolo profundamente subversivo de la paz romana, del desorden establecido por un hombre y un sistema que se creían dueños de territorios y vidas.
Los símbolos corren el riesgo de vaciarse de contenido con el paso del tiempo. Y eso ha sucedido con el famoso pez cristiano. Hoy en día, ese símbolo aparece en los carros de lujo y de los económicos; de los más empobrecidos ciudadanos y de los más encumbrados políticos; de aquellos que conducen respetando las vidas de los demás (sinónimo de respetar las reglas de tránsito) y de aquellos que se creen dueños de las calles y poco les importan las vidas de su semejantes. Hoy el pez cristiano es usado por el narcotraficante o por el político que trafica con los votos de sus votantes. En fin, el símbolo más subversivo de la historia humana ha sido asimilado por el sistema contra el cual se oponía.
Es que ser cristiano no es andar por la vida cargando con símbolos como si fueran amuletos. Sí son importantes los símbolos, pero cuando han perdido su significado debemos buscarnos otros o reconstruirles el sentido para que vuelvan a ser útiles y quitarles el poder mágico. ¿Y cómo le devolvemos el sentido a los símbolos? Pues viviendo lo que ellos significaban originalmente. O sea, en relación con el pez cristiano nos queda la tarea de vivir la fe de manera tal que nuestros actos, palabras y vida reflejen –antes que el pececito en el carro o en el cuello-  que hemos tenido una encuentro transformador con el Hijo de Dios y Salvador, con Jesucristo mismo.
Y de ese encuentro, personal e íntimo, hemos decidido deconstruir todo el viejo sistema arraigado en nuestra alma y empezar a construir el Reino de Dios, sentido y razón de la vida, pasión y muerte de Jesús.
En definitiva, el reino de Dios es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (Romanos 14.6), y donde vayamos los seguidores de Jesucristo podemos dejar señales del Reino a través de nuestras vidas vividas en sintonía con Aquel a quien decimos seguir.


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