23 de marzo de 2011

El Apocalipsis en su contexto histórico - Juan Stam


Ningún  libro se escribe en el vacío. El Apocalipsis, como cualquier otro libro,  se entiende bien sólo en estrecha relación con su contexto. Se escribió  frente a un contexto complejo, que podemos llamar los múltiples  "mundos" de Juan: su mundo político fue el imperio romano, bajo el  emperador Domiciano. Su mundo geográfico fue la provincia romana de Asia  Menor, aunque probablemente nació en Palestina. Su mundo existencial  fue la isla penal de Patmos. Su mundo literario consistió en las  escrituras hebreas, la vasta biblioteca de escritos apocalípticos y  rabínicos, y en menor grado los rollos de Qumrán. Su mundo espiritual,  además del Antiguo Testamento, abarcó su ministerio pastoral, su llamado  profético y la vida litúrgica en las comunidades.  De algunas de estas  áreas del mundo de Juan hemos hablado ya, y otras son de por sí  evidentes.

El imperio romano a finales del primer siglo: Después  de haber sido una monarquía (753-510 a.C.) y una república (509-31  a.C.), bajo el reinado de Augusto (cuyo nombre propio era Octavio) Roma  se convirtió en imperio (31 a.C-527 d.C.).  Augusto tomó el título de  princeps senatus,  que a diferencia de consul no se compartía con otro  colega igual ni tenía que someterse a elecciones anuales.  Bajo su larga  y muy eficiente administración, concentró en sus propias manos todo el  poder, incluso el de vida y muerte, de guerra y paz, en Italia y en las  provincias. Además, logró una sucesión pacífica del poder para su hijo  adoptivo, Tiberio. Su dinastía duró hasta el suicidio de Nerón en 68  d.C.   Esas reformas dieron gran estabilidad al imperio e inauguraron un  largo período de pax romana. En general, esa oferta de paz y  prosperidad ganó mucha simpatía en toda la cuenca del Mediterráneo,  pero el precio -- el poder absoluto de las autoridades romanas -- fue  muy alto y llevó a muchos abusos. La expansión de Roma se debió a la  hábil combinación de diplomacia cuando era posible y violencia y  crueldad cuando eran necesarias. Al decir de Tácito, "ellos saquean,  masacran y roban, y lo llaman imperio; producen una desolación y lo  llaman paz" (Agrícola 30.6), e imponen "una paz manchada con sangre"  (Ann 1.1). De Herodes, que hizo matar a casi todos sus hijos como  potenciales rivales, el pueblo bromeaba, "es mejor ser el cerdo (hus) de  Herodes que ser su hijo (huios)". La crucifixión de Jesús, y la  ejecución de Pedro y Pablo en Roma, hicieron de la violencia imperial un  tema muy presente en la conciencia de los cristianos.

Una  amenaza aun más seria que la persecución, según la percepción profética  de Juan, era la adoración al emperador como a un dios. Este culto  imperial, que ya llevaba una larga historia, era especialmente fuerte en  las provincias orientales. Ya hemos mencionado el gran templo al  emperador en Éfeso y las presiones sociales de participar en esa  idolatría. Los cristianos fieles pagaban un precio muy alto por no  conformarse a la religión del imperio. Y la amenaza era mucho más grave  debido a la presencia de los nicolaítas, que pretendían adorar a Cristo y  a César a la vez. Fiel heredero del profeta Elías, Juan planteó la  disyuntiva radical, "O César o Cristo", pero jamás los dos. 

Como cristiano, pastor y profeta en este contexto, era inevitable que  Juan hablara sobre el imperio romano a través de su libro. No debe  sorprendernos la presencia enfática de ese tema; lo sorprendente hubiera  sido su ausencia.  Estamos acostumbrados a leer el Apocalipsis sólo  espiritualmente, en clave de predicciones.  Nos traumatiza cuando la  interpretación del libro trae temáticas políticas, económicas y  sociales, y surge inmediatamente la acusación de estar "politizando" el  evangelio. Es cierto que el mensaje bíblico no debe politizarse cuando  de hecho no es político, o politizarse más de lo que es. Pero hay otro  error que es también una infidelidad exegética, que consiste en  "despolitizar" el mensaje bíblico cuando de hecho es claramente  político. Es muy acertado el popular refrán, "Todo es político, pero la  política no es todo".

1. Juan denuncia el sistema político del  imperio romano:  Aunque es el emperador, o su sumo sacerdote en Éfeso,  que le tiene preso a Juan en la isla penal, él no duda en protestar los  abusos del imperio. Desde el primer capítulo Juan declara que Jesucristo  es "el soberano de los reyes de las naciones" (1:5; ho arjôn tôn  basileôn tês gês) y así constituye a Cristo en rival de César, con lo  que Juan desafía la autoridad de su perseguidor.   En seguida Juan  desconoce al trono en Roma, al ver otro trono mayor, establecido en los  cielos (Ap 4-5). En esos dos capítulos, Juan articula una teología del  poder totalmente opuesto al régimen imperial.

Con la séptima  trompeta culmina la primera mitad del Apocalipsis y comienza algo nuevo y  distinto. Nace del mandato a Juan a "profetizar sobre muchos pueblos,  naciones, lenguas y reyes" (10:11). Es la única vez que esa fórmula  cuatropartita incluye "reyes", y denunciar a reyes es lo que Juan  prosigue en seguida a hacer: profetiza contra naciones y reyes (Ap  12-19).  Con el capítulo 12 Juan describe cuatro derrotas de Satanás, el  dragón, que lo dejan frustrado y furioso. En su desesperación el diablo  organiza un equipo de trabajo, para intentar con una táctica nueva lo  que antes no había podido hacer. Primero saca una bestia del mar, que  ejerce el poder del diablo mismo (13:2,4,7), pretende ser dios para  recibir adoración (13:1,4,6) y hace guerra contra los santos (13:7).   Más adelante, Juan presenta un cuarto personaje, la ramera sentada sobre  siete montes (17:1-3,9) y nos informa que las siete cabezas de la  bestia son esos siete cerros (17:9), donde reside "la gran ciudad que  reina sobre los reyes de la tierra" (17:18).

De estos datos  queda obvio que los creyentes de Asia Menor entenderían que Juan estaba  hablando del imperio romano y de Roma, su ciudad capital.  Todo el  relato de estos dos capítulos es para comunicarles que detrás del  imperio romano está Satanás (13:2,4). Por eso, cualquier adoración al  emperador es simple y llanamente culto satánico, como queda muy claro en  13:4, "y adoraron al dragón que le había dado autoridad a la bestia, y  adoraron a la bestia". ¡Qué respuesta más contundente a la herejía  nicolaíta!

La descripción del imperio romano como una bestia y  la ciudad como una ramera fue muy atrevida.  En un momento cuando  serias amenazas se cernían sobre las iglesias y Juan mismo era  prisionero, ese lenguaje era imprudente. Además, al emplear estos  términos y estos símiles tan chocantes, Juan no sólo sigue a Daniel y la  tradición apocalíptica sino también adopta el lenguaje de la oposición  política dentro del Imperio.  Suetonio, en medio de su relato sobre  Calígula, dice, "hasta aquí lo del emperador, ahora tenemos que contar  su historia como monstruo" (Calig 22). Entre los enemigos de Nerón era  especialmente común describirlo como bestia. Filóstrato escribe, "He  visto muchas bestias fieras en Arabia e India, pero esta bestia, que se  suele llamar tirano, no sé yo cuántas cabezas tiene, ni como son sus  garras ni sus colmillos... Es más salvaje que las bestias de la montaña y  la selva, pues hasta los leones pueden ser domesticados, pero acariciar  esta bestia sólo la hace crecer en ferocidad y devorar a todo lo que  está a la vista. De las fieras nunca se ha sabido que comieran a su  propia madre, pero Nerón se sació con ese plato" (Vit.Apol. 4:38).   A  Domiciano, Plinio lo llama immanissima belua ("bestia monstruosísima"),  "que dentro de su cueva hace correr y lame la sangre de la humanidad"  (Panegírico 48:3). Estas descripciones destacaban dramáticamente la  inhumana crueldad del tirano y su aparente indomabilidad, más allá de  todo control humano y racional. 

La segunda bestia, que el  diablo saca de la tierra, tiene cara de un benigno cordero, pero su voz  es la voz del dragón, del mismo Satanás (13:11-18). Con su buena cara,  es "el Ministro de Propaganda" (F.F. Bruce 1969:653; Mounce 1998:257) y  "la encargada de relaciones públicas" de la primera bestia. Läpple  (1971:154) lo considera el teólogo oficial de la bestia. Para Wink  (1986:93) la segunda bestia representa "la maquinaria sacerdotal de  propaganda del imperio". Bruce lo relaciona con el culto a Roma y al  emperador, floreciente en Asia Menor, y específicamente con el  sacerdocio de ese culto imperial en la provincia (CERTEZA 137b). Con su  linda cara de cordero, que disfraza su verdadera naturaleza diabólica,  este falso profeta, al decir de Arens y sus co-autores (1999:1697),  promueve una "teología oficial del Estado" que provee "un excelente  ministerio de propaganda" para el desgobierno de la gran bestia.

Con esta segunda bestia Juan desenmascara el aparato propagandístico  del imperio. La segunda bestia, mejor conocida como el Falso Profeta,  imita al satánico dragón, que siempre engaña a las naciones. Sin excluir  la posibilidad de una referencia a las señales falsas de los últimos  tiempos, es más probable que Juan se refería a técnicas engañosas de los  cultos de la época; estatuas hablantes y relámpagos simulados  (13:13-15) eran trucos de uso frecuente en la época. Otro pasaje del  Apocalipsis describe la propaganda de guerra de la bestia como ranas que  salen de la boca del dragón y sus dos bestias para ir a todos los reyes  de la tierra e incitarlos a la guerra. ¡Parece del siglo XXI! Hoy esas  ranas pasean alegres por las pantallas de nuestros televisores todos los  días.

2. Juan denuncia el sistema militar del imperio romano: Ya  hemos mencionado la violencia y la crueldad en que se basaba el poderío  romano. El segundo caballo, de color rojo como la sangre, se dedica a  quitar la paz de la tierra y poner a la gente a matarse (6:3-4).  Para  tal efecto, le es dada una gran espada (majaira megale). Ese término  probablemente significaba una espada retorcida o sable, como era el arma  del legionario romano en la expansión del imperio (Arndt Gingrich, p.  497). Juan parece entender que el orden y la paz del imperio se basaban  en la violencia, llevando esa "paz manchada con sangre" de que habló  Tácito.  En un solo año, 140 a.C., el ejército romano dejó totalmente  arrasadas a dos ciudades importantes, Corinto y Cartago. De verdad, el  imperio romano anduvo por todo el mundo mediterráneo montado en el  caballo rojo del terror organizado.

Según el Apocalipsis, el  dragón y sus aliados son terriblemente sanguinarios.  El dragón rojo  pretende comerse al niño apenas nazca. Su agente, la bestia del mar,  hace guerra contra los santos (13:7) y la segunda bestia proclama, por  medio de una estatua hablante, una sentencia de muerte contra todos los  que no adoran a la imagen de la primera bestia (13:15). La ramera, alias  Babilonia, está borracha con la sangre de los santos y los mártires  (17.6).  En ella está la sangre, no sólo de profetas y santos, sino "de  todos los que han sido asesinados en la tierra" (18:24).  En conjunto el  imperio representa un régimen asesino y bestial.

El capítulo  16 tiene dos referencias muy claras a la violencia y la guerra. En  primer lugar, la segunda copa cambia el mar en sangre y la tercera hace  lo mismo con toda el agua dulce (16:3-4). Estas dos plagas recuerdan la  primera plaga de Egipto que convirtió el Nilo en sangre, lo que una  interpretación judía entendía como castigo por haber manchado las aguas  del río con la sangre de los niños hebreos. En el mismo sentido, el  ángel de las aguas explica el significado de estas dos copas que  cambiaron el agua en sangre:

"Justo eres tú, el Santo,
que eres y que eras,
porque juzgas así:
ellos derramaron la sangre de santos y de profetas,
y tú les has dado a beber sangre,
como se lo merecen." (16:5-6)

La sexta copa también, con ironía y cierto humor, denuncia el  militarismo. De la boca de los tres personajes diabólicos (el dragón y  las dos bestias) salen sendas ranas con una tarea mundial: ir a todos  los reyes de la tierra e incitarlos a una guerra.  Las ranas representan  obviamente la propaganda imperial que con sus mentiras promueve la  agresión militar (16:13-14,16). La figura de ranas que llegan a todos  los palacios del mundo y persuaden a los reyes no deja de ser simpática y  chistosa (¡los reyes conducidos al Armagedón por tres ranas!), pero a  la vez el relato nos enseña que la propaganda belicista y mentirosa es  satánica.  Igual que el jinete del caballo rojo, estas ranas quitan la  paz de la tierra y ponen a la gente a matar.

3. Juan denuncia el  sistema económico del imperio romano:  Lo que menos se espera encontrar  en el Apocalipsis es un análisis agudo de la economía del imperio  romano. Eso se debe en parte a nuestra tendencia a leer este libro fuera  de su contexto histórico, y por otra parte nuestro poco conocimiento de  la economía del imperio romano del primer siglo, que nos hubiera  permitido reconocer estas alusiones. Las evidencias exegéticas muestran  que Juan tuvo un entendimiento profundo y acertado de temas económicos, y  una gran preocupación por la justicia económica..

El Imperio  Romano fue el primero en dominar todo el mundo mediterráneo, desde  Inglaterra  hasta el mar Caspio y las fronteras de los partos al otro  lado del Éufrates.  Jamás la humanidad, en toda su historia, había visto  un bloque económico y comercial tan inmenso, ni ciudad alguna había  cosechado los beneficios materiales del imperialismo como lo hizo Roma.   El botín de los triunfos militares, las valiosas obras de arte de  Grecia, Egipto y otros países conquistados, y los constantes tributos de  las colonias y provincias, tanto en dinero como en productos, todo  fluía hacia Roma para llenar de riqueza y lujo a la ciudad capital.   Floreció un amplísimo comercio, en beneficio principalmente de la Urbe  (y las minorías privilegiadas del Orbe).  El Talmud conserva un dicho  popular: "al mundo bajaron diez medidas de riqueza, y Roma se quedó con  nueve".

El caballo negro (6:5,6).  El tercer caballo, de color  negro, es obviamente de carácter económico.  Su jinete lleva una  balanza, que símboliza la vida comercial.  Después una voz anuncia los  precios de la canasta básica, que son de verdad precios de espanto: "Un  kilo (un quénice) de trigo, o tres kilos de cebada, por el salario de un  día (un dênarion)" (6:6). Según el Antiguo Testamento, el vender trigo  por peso significaba gran escasez y el correspondiente racionamiento.   La voz procede "de en medio de los cuatro seres vivientes" (el orden  creado de la vida consciente); no parece ser la de un ángel ni de uno de  los cuatro seres vivientes.  Se deja intencionalmente ambiguo, pero  parece representar algo así como "la voz del comercio", una  personificación de las fuerzas económicas que pregonan sus precios  criminales.

El denario era sueldo del jornalero por un día de  trabajo, y el quénice, equivalente de 1,079 litros, era la ración diaria  de trigo para una sola persona.  Cicerón nos informa que normalmente el  denario compraba doce quénices de trigo y 24 de cebada (In Verrem,  3.81).  Así el precio de trigo que pregonaban marcaba un aumento de doce  veces, y el de cebada, alimento de animales (1 R 4:28) y de los más  pobres (Rt 2:17; Ezq 4:9), un  aumento de ocho veces.  El tercer caballo  corre a galope hoy, y su galopante "inflación" afecta precisamente a  los alimentos indispensables para la sobrevivencia de "los de abajo".

En seguida el texto hace otro anuncio: "Pero no dañes el aceite y el  vino" (6:6): Esta frase es bastante enigmática, y ha recibido las  interpretaciones más diversas. No faltan los que ven aquí dos símbolos  del Espíritu Santo. Para algunos, significa que la sequía que produce la  hambruna en la región era todavía limitada, de modo que no alcanzó a  los olivos y las vides, que tienen raíces más profundas.  Otros señalan  que el aceite y el vino son lujos, mientras que trigo y cebada son  necesidades.  Creemos que José Salguero resume la mejor explicación:  unos años antes, para bajar el precio del pan en Italia, Roma comenzó a  comprar enormes cantidades de trigo de Egipto y África.  Al caer el  precio del pan en Italia, los agricultores romanos cambiaron sus  cultivos de granos por la vinicultura.  Se produjo entonces una  abundancia de vino, de modo que en el año 92 Domiciano decretó que "no  se plantasen más viñas en Italia y que en las provincias se destruyesen  la mitad o más" (Suetonio, Domiciano 7).  Eso había de favorecer, con  típica parcialidad, a los vinicultores de Italia en perjuicio de los  agricultores de las provincias.  Sin embargo, los latifundistas de Asia  Menor se rebelaron contra el edicto de Domiciano, quien a la postre se  vio obligado a rescindirlo.  

El tercer caballo es claramente  una protesta enérgica contra el comercio internacional explotador.   Mientras el pueblo muere de hambre por falta de trigo y cebada, los  latifundistas cultivan uvas y aceitunas para la exportación lucrativa.   Mientras falta la alimentación mínima de los obreros del campo, abundan  los lujos para los terratenientes y los privilegiados de la ciudad  capital.

Recientemente, Gregory Beale, del seminario teológico  Gordon-Conwell, ha defendido sistemáticamente una interpretación  económica de las primeras trompetas (1999:472-480) y las primeras copas  (814-21), con énfasis en la hambruna y la crisis alimentaria como  castigo divino. Señala, por ejemplo, que con la segunda trompeta, cuando  el mar se convierte en sangre, se destruyó, inexplicablemente, una  tercera parte de las naves (8:9). Beale interpreta eso, que no es una  consecuencia lógica de un mar de sangre, como expresión del juicio  divino sobre el comercio marítimo (1999:477).

La marca de la  bestia: totalitarismo económico: Al fin del capítulo 12 el dragón es  arrojado del cielo, y en el capítulo 13 moviliza todas sus fuerzas para  su encarnizada lucha contra la descendencia de la mujer.  El capítulo 13  es una descripción del poder político (13:1-10), poder ideológico  (13:11-15) y el poder económico (13:16-18) del satánico imperio.   Sorprende un tanto que el capítulo 13 termine precisamente con la  opresión económica, como su punto culminante.  Sorprende también que la  horrenda "marca de la Bestia", que planteaba una opción de vida y muerte  para los cristianos, tenga en su contexto un solo punto de referencia,  de carácter económico: el poder comprar y vender.

La función  de la marca es una sola, el controlar en forma total la vida económica  de todos, de la cual depende la existencia misma de cada uno.   Representa un boicoteo de los negocios y el control del empleo de los  que no se afilian a la Bestia.  Significa la deshumanización y la muerte  lenta, mediante las fatales sanciones económicas, que se aplican en  servicio de un sistema injusto, discriminatorio, que es a la vez  sacralizado y diabólico.  Aplasta al no-conformista y al des-adaptado,  que no lleva las "marcas" del sistema opresor. 

El imperio  romano nunca practicó este tipo de bloqueo ideológico discriminatorio  para estrangular económicamente al sector de la población que discrepaba  de su sistema.  Tampoco aparece nada parecido en otros escritos  apocalípticos. Ese hecho revela la originalidad de Juan y su marcada  concentración en los temas económicos. Muy lamentablemente, desde el  siglo pasado se ha comenzado a aplicar este tipo de bloqueo económico  discriminatorio sólo por el delito de no estar de acuerdo con la  ideología oficial de determinado país.

La ramera, su fornicación  y su borrachera (Ap 17-18): El simbolismo del relato de la ramera  plantea unas preguntas un poco curiosas: ¿Cómo pudieron los reyes de la  tierra fornicar con una ciudad (Babilonia, la ramera; 17:2,18)? ¿Qué  significa que las naciones "bebieron el excitante vino de su adulterio" y  se emborracharon (18:3)? Pablo Richard (1994:159) señala la relación de  las palabras pornê (prostituta), porneia (prostitución), y porneuô  (prostituirse) con el verbo extra-bíblico de pernêmi, vender, venderse.  Richard percibe esa misma connotación comercial en este texto: los reyes  se prostituyen en Roma, donde se venden por una cuota de poder y  riqueza. Como comenta Pikaza (1999:191), Roma era "un mundo que se  vuelve compra-venta" de vidas y almas, poder y riqueza.

En el  AT, especialmente en los escritos proféticos, el adulterio (o  fornicación) y la prostitución fueron símbolos muy comunes para diversas  formas de desobediencia y pecado, mayormente de Israel pero también de  otras naciones. La frecuente idolatría de Israel se describía como  adulterio, por ser infidelidad a su pacto con Dios, entendido como un  matrimonio (Dt 31:16; Is 57:3-13; Jer 5:7; Ezq 43:7,9 y algunos otros  pasajes). En dos casos los profetas acusan a otras naciones de  prostitución. Isaías, después de denunciar a Tiro larga y vehementemente  por su explotación comercial de otros países, lo tilda de ramera  (23:17-18).   En los mismos términos, Nahum denuncia a Nínive, capital  del poderoso imperio asirio, como "ciudad sedienta de sangre...  insaciable en su rapiña (3:1), "esa ramera de encantos zalameros, esa  maestra de la seducción" (3:4). Nahum condena también el comercio de  Nínive ("Aumentaste tus mercaderes más que las estrellas del cielo",  3:16) y a sus dignatarios y oficiales (3:17).

Franz Delitzsch  describe la "prostitución" que menciona Isa 23:17-18 como "actividad  comercial" que "con miras sólo a la ganancia material, no reconoce  ningún límite divinamente establecido, sino realiza un tráfico promiscuo  con todo el mundo, como una prostitución del alma".   Swete también lo  comenta en este sentido: "Aunque la acusación de `fornicación' podría  justificarse ampliamente por las condiciones morales de Roma bajo el  imperio, es probable que se refiere principalmente a la total venalidad  de la capital, que estaba dispuesta en cualquier momento a vender cuerpo  y alma por un buen precio" (1951:184).  Puesto que el énfasis central  de Apoc 18 es fuertemente comercial y económico, parece que la  "fornicación" de 17:2 y 18:3 se refiere particularmente al espíritu  mercantil de la capital imperial.

Peor aún, Roma ha exportado  su corrupción y su consumismo a todo el imperio, haciéndoles a las  naciones beber del vino de su pasión impura (14:8 griego; Swete) y  embriagándoles con el influjo intoxicante de su lujo, su vicio y su  idolatría (17:3). Roma estaba ebria con la euforia de su riqueza y su  poderío (18:7) y seducía y emborrachaba a las naciones con el mismo  espíritu. 

El desarrollo posterior de este texto demuestra a  las claras que la prostitución y la borrachera de la ramera consistía en  la seducción embriagante de sus lujos: "ella se entregó a la vanagloria  y al arrogante lujo" (18:7) y "los reyes de la tierra cometieron  adulterio con ella y compartieron su lujo" (18:9). Fue mediante este  comercio internacional de lujos ("frutos codiciados, cosas suntuosas y  espléndidas", 18:14) que "sus comerciantes eran los magnates de la  tierra" (18:23; cf. 18:3,15). Era una especie de "lujolatría" muy  parecida al consumismo desenfrenado de nuestro tiempo.

El  lamento de los comerciantes: Lo más explícitamente económico de todo el  libro del Apocalipsis es la endecha de los comerciantes (18:11-17) y de  los transportistas marítimos (18:17-19) por la destrucción de Babilonia.  Junto con los reyes aliados, que lloran la pérdida de su poder político  (18:9-10), los comerciantes internacionales del imperio lamentan a  gritos la pérdida de la gran fuente de su fortuna.  El pasaje es largo,  sumamente detallado y específico, y con fuerza abrumadora denuncia el  comercialismo y la lujolatría del Imperio Romano. Juan reproduce, como  si fuera el "registro de cargamento" de un barco, la lista de casi 30  productos del más exquisito lujo. Tanto detalle hace sospechar que Juan  frecuentaba los muelles de Éfeso para conversar con los marineros.

Ezequiel, en un pasaje muy parecido que sin duda le inspiró a Juan,  desglosa una lista aun más larga de los productos del comercio de Tiro  (Ezq 27:3-36; ¡51 productos!). Lo sorprendente es que las dos listas son  distintas, porque cada una corresponde al comercio de su momento  histórico. De la lista de Ezequiel, Apocalipsis omite unos 25 productos,  entre ellos ciertas maderas (pinos, encinas, cipreses); algunos  bordados y telas; tres metales (hierro, estaño, plomo); ébano, topacio,  corales, rubíes; mulas y chivos. La lista del Apocalipsis añade unos  diez productos: perlas, seda, escarlata, mármol, mirra, harina refinada,  carruajes y esclavos. 

Estos productos procedían de todo el  mundo conocido, desde Inglaterra hasta la China; llegaban a Roma  comerciantes y embajadas aun de los pueblos orientales.  Augusto había  organizado muy bien la patrulla marina que controlaba la piratería e  hizo posible el constante movimiento comercial.  Plinio informa que una  flota de más de 100 barcos viajaba constantemente al Mar Rojo y a la  India (Hist.Nat. 12.41).  El tráfico marítimo entre Alejandría y Roma,  con duración de unos 10 días, era especialmente nutrido.  Un eficiente  sistema bancario y crediticio, y la unidad monetaria del imperio,  facilitaban mucho todo este comercio.

Unos datos al azar darán  una idea de la magnitud de este comercio.  Según Plinio (Hist.Nat.  12,41,2), cada año el imperio gastaba cien millones de sestercios  en  perlas de Arabia, India y China.  Se practicaba la minería en España,  Bretaña, y al norte del Danubio; las minas generalmente pertenecían al  estado, y los mineros eran en su mayoría esclavos.  El lino venía de  Egipto, la púrpura de Fenicia (extractada por un proceso sumamente  laborioso y costoso), y la seda de China.  La "madera olorosa" (citum, o  tuya), traída desde Argelia, se utilizaba en muebles lujosos, que a  veces tenían un precio equivalente a un latifundio de 122 hectáreas por  una sola mesa (Plino, Hist.Nat. 13,20,30).  El cinamomo de China valía  unos 300 denarios por libra, y el amomo de India y otros lugares costaba  unos 60 denarios por libra.  También venían coches, a veces adornados  con plata.

Llama poderosamente la atención que tanto la lista  de Ezequiel como la de Juan corresponde detalladamente a su contexto, a  los productos de lujo que de hecho se transportaban en su época. En el  año 95 d.C. la lista no pudo ser igual que la de Ezequiel en el año 600  a.C.  Por supuesto, sería muy diferente una lista de productos de lujo  de nuestro siglo XXI (automóviles Mercedes Benz, relojes Rolex,  televisoras, microondas). Tampoco es posible espiritualizar los  productos, para interpretarlos simbólicamente. Estos hechos muestran a  las claras que Juan estaba pensando económicamente, con mucho  conocimiento del tema, y que también aquí, casi llegando a finales de su  libro, Juan sigue pensando en el imperio romano.

4. Juan  denuncia el sistema ideológico del imperio: Todo sistema político tiene  una infraestructura ideológica, que a menudo es religiosa. Tal fue el  caso del imperio romano.  Aunque el mundo greco-romano tenía una  abundancia de deidades, y no era problema agregar uno más o no  agregarlo, los romanos del tiempo del N.T. buscaban consolidar la unidad  del imperio mediante una religión común de todo el imperio, y una  religión explícitamente política, de adoración al emperador. Los  nicolaítas se sentían muy inclinados a acomodarse con esa religión  oficial del sistema imperial.

El libro del Apocalipsis elabora  lo que podemos llamar una "demonología del imperialismo".  Detrás de  todas las estructuras políticas, económicas y sociales del imperio, el  autor percibe fuerzas espirituales en combate mortal.  La lucha entre el  imperio y la iglesia, entre el emperador y los cristianos, es el  "proscenio"  en primer plano de este otro drama todavía más vasto y  decisivo.  Contra el trono de Dios y del Cordero, se levanta el "trono  de Satanás" (2.13) y su bestia feroz. El libro comunica esta teología  anti-imperialista por medio de un fascinante drama, de cuatro personajes  malévolos.

El dragón es un monstruo cocodriloide que se  identifica con toda claridad como "la serpiente antigua, que se llama el  Diablo o Satanás, el cual engaña al mundo entero" (12:9; 20:2).  El  dragón comienza su campaña con una lucha cobarde contra una mujer  encinta y un niño. Pero en esa lucha, sorprendentemente, nada le va bien  y termina desesperado. En la furia de su frustración, ¡el diablo decide  crear el imperio romano!

El capítulo doce (que debe incluir  13:1) enseñaba a los primeros lectores dos verdades muy importantes.  Primero, el imperio romano es un invento de Satanás. El dragón ha dado  su mismo trono y autoridad al emperador, y por lo tanto, adoración al  emperador es culto al diablo. La ideología del imperio es un invento de  Satanás.  En segundo lugar, les explica que el diablo está tan furioso  porque ha sido derrotado y humillado. Detrás de la persecución de los  cristianos de Asia Menor está la victoria definitiva del Cordero sobre  ese dragón. Eso les permitió ver en la misma persecución que sufrían, la  señal firme y segura de la victoria del evangelio. Mientras la victoria  celestial en el capítulo 12 es obra directa de Dios, la victoria en la  tierra, para la iglesia metida en la realidad histórica (cap. 13), es  por fidelidad hasta el martirio (cf. 12:11).

La Bestia, evocada  del mar por el mismo diablo, es agente fiel de su progenitor.  Este  extraño monstruo es una amalgama de las cuatro bestias de Daniel 7, que  también salieron del mar. Juan cambia muchos detalles del relato de  Daniel, omite lo que no le interesa y añade otros detalles que  corresponden a su propio contexto. Las bestias de Daniel 7 fueron  cuatro, por ser cuatro imperios enemigos de Israel. En el Apocalipsis es  una sola bestia, con una extraña mezcla híbrida de las cuatro en una  sola, porque había un solo enemigo frente a la iglesia: el imperio  romano. Esta bestia tiene siete cabezas (detalle ausente en Daniel), que  según 17:9 representan las siete colinas de Roma y a la vez siete de  sus reyes. Estos detalles confirman la conclusión de que el imperio  romano es una bestia al servicio de un dragón. La ideología del imperio  es una religión satánica.

Hoy día, el verbo "satanizar" tiene  un significado peyorativo, como uno de los peores pecados en la ética  social y política. De cierto, es muy peligroso absolutizar alguna  postura política, como el supremo bien, y demonizar otras como el mal  absoluto. Juan, sin embargo, nos enseña que de hecho el diablo se mete  en la política, y mucho.  Juan reconoce la presencia de Satanás en la  esfera política y no tiene reparos en "satanizar" al imperio romano. Tan  errado es ver al diablo donde no está, como no verlo donde sí está.

Una tarea de la ética política cristiana, para la iglesia como  comunidad profética hoy, es discernir y señalar las fuerzas satánicas en  los procesos políticos, desde la óptica del reino de Dios y su  justicia. Por eso, ausentarnos de la política puede significar dejarle  la cancha al diablo.

El falso profeta (13:11-18): Esta segunda  bestia, con cara de cordero pero voz de dragón, procede de la tierra, lo  que sugiere que probablemente era un personaje conocido en Asia Menor.  Barclay observa al respecto que el culto al emperador no se impuso desde  arriba, desde Roma, sino al contrario surgió desde abajo promovido por  los pueblos de provincia (p. 323).  En ese proceso, toda la organización  política y religiosa de las provincias, con sus magistrados, diócesis, y  sacerdocios regionales, hacía su aporte a la promoción del culto  imperial.  Así fue como la segunda bestia surgió "de la tierra" asiática  (pp. 326,338).

Aunque la segunda bestia parece inocente y  relativamente débil, de hecho "ejerce todo el poder de la primera Bestia  en servicio de ésta" (13:12 BJ). Como representante oficial del imperio  y Sumo Sacerdote de la religión imperial, logra que las masas rindan  culto a la imagen del emperador. Persuade a la gente erigir una inmensa  imagen del emperador como objeto de su adoración (13:14-15),  y utiliza  cuatro métodos para engañar a la gente e inculcar la idolatría imperial:  (1) la poderosa retórica de su "voz de dragón" (13:11); (2) sus  sensacionales prodigios (13:13-15); (3) severas sanciones económicas  contra quienes no reciben la marca de la Bestia (13:16-18); y (4) la  pena de muerte contra los "disidentes" que no la adoran (13:15).

Como "Ministro de Propaganda", el falso profeta promueve "la  ideología del poder" que sacraliza al imperio (Barsotti, op.cit. pp.  180-185.).  Cullmann (op.cit., p.92) resume muy bien su función dentro  del sistema total:

La segunda bestia representa el poder de la  propaganda religioso-ideológica del Estado totalitario.  En esta  pretensión seudo-religiosa se manifiesta lo diabólico de este falso  profeta, que se presenta como si fuese el verdadero profeta del  verdadero Dios.  En realidad hace propaganda para su dueño, el diablo,  el Estado totalitario....  Todo Estado totalitario necesita una  ideología que sea una parodia de la fe.

El tema central en la  exposición de estos tres personajes -- el dragón, la bestia y el falso  profeta -- es la denuncia de la idolatría en que se fundamenta el  imperialismo, con sus reclamos de poder absoluto. Era una idolatría  sutil, a menudo velada, capaz de seducir también a muchos cristianos,  como los nicolaítas. En su mensaje anti-idolátrico, Juan sigue a la  iconoclasia de los profetas hebreos. La denuncia de ellos debe darnos  mucho que pensar ante los nuevos ídolos del mundo moderno.

La  Ramera (Ap 17-18): Hemos visto que la ramera, conocida también como la  gran Babilonia, simboliza a la ciudad capital del imperio. Se  caracteriza por dos vicios: la prostitución y la embriaguez. Por eso la  denuncia contra ella se concentra con mucho énfasis en los aspectos del  poder económico y político y en su sangrienta persecución de todo  disidente (17:6; 18:24; 19:2). En todo imperio, el centro (la capital y  las cabeceras provinciales con sus élites) siempre se enriquece a  expensas de la periferia empobrecida. En el caso de la ramera, a  diferencia de las dos bestias, hay muchas y claras referencias a los  pecados económicos pero el texto no tiene ninguna referencia a su  idolatría.

El cap. 17 es rico en ironía vigorosa y hasta  burlesca.  En la época de la Pax Romana, cuando la "Ciudad Eterna"  parecía invencible y muchos pueblos adoraban a la dea Roma,  el profeta  pinta un cuadro totalmente diferente.  Roma se cree diosa pero no la es;  más bien, es todo lo contrario ¡es la gran Ramera, madre de todas las  rameras!  La iglesia, en cambio, es madre pura (12:1-2) y la "desposada,  dispuesta como una esposa ataviada para su marido" (19:7, 21:2,9). La  prostituta cabalga, no sobre un caballo blanco como si fuera diosa en  alguna estatua ecuestre, sino sobre una repugnante bestia escarlata, con  siete cabezas y diez cuernos.  El imperio romano es una bestia,  inspirada por un dragón, y la ciudad capital es una ramera que anda  montada sobre ella, borracha con sus nauseabundeces y con la sangre de  sus víctimas (17:6; 18:24).

Este "drama del dragón", de que  la ramera es el último personaje, tiene profundo significado teológico,  tanto para la demonología como para la teología de la política. A  diferencia del énfasis en los evangelios sinópticos sobre la posesión  demoníaca de individuos, en Pablo y el Apocalipsis Satanás se mueve casi  exclusivamente al nivel de "poderes y potestades". En este relato el  dragón, detrás del imperio, es el Diablo mismo.  La Bestia simboliza al  imperio como tal, y el falso profeta a todas las fuerzas religiosas e  ideológicas (sacerdocio oriental, culto imperial, magia, filosofía) que  se ponen a las órdenes del imperio. Y la tremenda prostituta, montada  sobre la Bestia, es la gran Roma, capital del imperio.

La  ramera, que aparece por primera vez en el capítulo 17, desaparece del  escenario a finales del mismo capítulo cuando es desnudada y quemada por  su amantes (17:16-17). Un detalle interesante, y muy hermoso, es la  simetría con que Juan estructura este largo relato. La ramera, última en  entrar al escenario, es la primera en salir. Las dos bestias, que  aparecieron en segundo y tercero lugar (13:1,11), son también segunda y  tercera en ser juzgados, cuando son lanzadas al lago de azufre y fuego  (19:20). Eso deja al dragón sólo, igual que estaba a finales del  capítulo doce. Sorprendentemente, Dios no echa al diablo también al  infierno, junto con sus dos aliados, sino le da mil años de prisión  preventiva (20:1-3). Esto da mayor fuerza dramática al final de relato:  el dragón, cuando es liberado, no ha cambiado nada y pretende provocar  otra guerra más (20:7-10) y ahora sí, al fin, es también lanzado al  castigo eterno. De ese modo, el primero en entrar (12:3) es el último en  salir.

Conclusión: Como preso y como pastor de siete  congregaciones amenazadas por el imperio, a Juan no le convenía  inmiscuirse en temas que no afectaban directamente a la iglesia, como  por ejemplo el militarismo o los precios de los granos básicos. Pero  como profeta,  no pudo callarse. De la misma manera que levantó la voz  por todas las víctimas de la violencia, sean cristianas o no (18:24),  también pronunció su palabra profética sobre los graves problemas  sociales de su tiempo.

Juan vivía con el corazón en el cielo  y los pies bien puestos en la tierra. Tuvo visiones de Dios, y muchas,  pero también tuvo una visión muy realista de las crudas realidades del  imperio romano. En el cielo oyó el cántico de millones de ángeles  (5:11-12), pero en la tierra donde vivía escuchaba con compasión el  clamor de los hambrientos y empobrecidos (6:3-6).  Realizó su misión  profética entre dos tronos, uno que estaba en Roma y el otro en el  cielo, establecido y firme por los siglos de los siglos. Su clara visión  del trono eterno transformó su visión del trono imperial.

¡Que Dios nos ayude a seguir el valiente ejemplo de este héroe de la fe!

Sobre el autor: Juan Stam se  nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación  con América Latina .  Es Dr. en Teología por la  Universidad de Basilea.  Docente y escritor de libros,  artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis de Editorial Kairós.
http://www.elblogdebernabe.com/2010/12/el-apocalipsis-en-su-contexto-historico.html

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